Se atreven a seguir mis locos desmadres...

domingo, 16 de mayo de 2010

Mis hijos, “Los Adoptados” ( "DeMadre IV")

¿Alguien conoce a alguna mujer que diga que sus hijos (los mismos que estuvieron guardaditos en su vientre durante 9 meses), son adoptados? ¿No? Pues de hoy en adelante, diga que sí. Soy yo. Yo, me, myself...

Tengo fotos de mis dos embarazos, de los bebecitos recién nacidos, y de cuando los lactaba. Para asegurar que son míos, me faltaría la prueba de DNA, pero no es necesario porque el parecido que tienen con mi esposo y conmigo lo garantizaría al 99.1%... igual que las pruebas de DNA.

Para contarles de cómo adopté a los hijos de mis entrañas, les tengo que decir que hace 12 años visito consistentemente las oficinas de neurólogos. Entonces, mi hijo mayor –el favorito de los mayores- tenía 12 años. El no sabía lo que me pasaba. Sólo que yo padecía de muchos dolores de cabeza y que cuando me tenía que acompañar a una oficina médica, debía quedarse quietecito leyendo en lo que Mamá salía (casi siempre con los ojos rojos y mojaditos).

Como paréntesis necesario, les tengo que contar también que entre los pacientes que frecuentamos las oficinas de los neurólogos, van personas que han perdido muchas de las características que nos identifican como humanos sociables. Entre esas personas, hay algunas que han perdido inhibiciones, piensan boberas, ¡y las dicen!

Pues sentaditas, tranquilas, hablando en susurros y esperando mi turno estábamos mi hermana y yo... con MI primogénito. Entonces, a una de esas personas que también esperaban por el médico se le ocurrió decir “out of the blue sky” lo bonito que era mi hijo “adoptado”. Por supuesto que el muchachito, “de 12 años, pero pronto a cumplir 24”, hizo despliegue de su madurez. Levantó los ojos del libro. Miró a la señora, nos miró a mi hermana y a mí... y siguió leyendo. Yo cometí el error de decirle muy cortésmente a la doñita que el niño era mi hijo de mis entrañas, pero a ella le dio un arrebato de intolerancia y me gritó que era adoptado. No recuerdo si le pasé la mano por el brazo a mi muchachito, el que tanto trabajo me dio tener y le besé la mano, o si le besé la cabeza. Solo recuerdo la intervención sutil de mi hermana... que no recuerdo que dijo, y que me llamaron a pasar.

Al día de hoy, no sé si la secretaria me llamó para evitar un motín a bordo, o porque era mi turno. En casa, se lo comentamos al padre biológico de la criatura... y lo alcanzó a escuchar mi otro hijo biológico, el favorito de los menores, que al momento tenía 8 años. ¡Se puso furioso! Sus reclamos no se hicieron esperar. “¿Y yo? ¿Yo no soy adoptado?”

“Mi amor, ninguno es adoptado, es que la señora no estaba bien y dejamos que lo dijera para no incomodarla”, le dije asumiendo la paciencia que no me caracteriza.

“¡Yo quiero ser adoptado como mi hermano! Si a él lo encontraron en una canasta, ¿dónde me encontraron a mí? ¡Díganme!”. Los reclamos del enano ya estaban agotando la serenidad de la familia.

“¡Pues en un zafacón!”, le gritó el hermano mayor.

“¿Ven? Se lo dije. Yo también soy adoptado. De seguro que me encontró Oscar el Gruñón, y me trajo acá”, dijo refiriéndose el personaje come basura que vive en un zafacón de Plaza Sésamo.

De manera que ese es el capítulo “De cómo fueron adoptados los hijos de mis entrañas”. Y ésto... definitivamente que no le sucede a Cualquiera... sólo a mí.

Publicado originalmente el 21 de febrero de 2010 en A Cualquiera le sucede

(Ilustración, de la Web... no hay de otra.)



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