
“Y, ¿cómo es que a tus nenes le gusta leer tanto?”
La pregunta me parece innecesaria. ¿Qué rayos sé yo? Nunca he creído en eso de leerle a una barriga, por poblada de ser humano que esté. Así que no contesto la trillada y ridícula línea de guión que todos quieren escuchar. Ese rollo no va conmigo.
¿Qué si le leía cuando eran bebitos? ¡Tampoco! ¿Quién se cree el cuento de los investigadores del desarrollo intelectual evolutivo? Si tantas madres le leen a sus hijos, ¿cómo es que llega tanto analfabeta a posiciones reservadas para alegados intelectuales?
¿Que si traían el chip? ¿Es que acaso mis hijos tienen un IQ de tan espectacular brillantez que nacieron leyendo? Lo dudo. Hubiera usado gafas de sol cuando los lactaba…
Si mis niños salieron “comelibros”, fue porque precisamente se los comían. Ambos tuvieron ediciones limitadas de no recuerdo qué marca de juguetes. No tenían ni letras ni números; sólo figuras en colores en pocas “páginas”; suaves y perfectamente moldeables. Según fueron creciendo, sus bibliotecas personales también. “Aparecían” libros de tela, y luego de cartón, hasta que llegaron los de páginas de papel. A veces llegaban en forma de regalo, otras, aparecían “casualmente”.
Yo no les leía en la faldeta. Solo una vez cada 24 horas: en la noche. El truco era que supieran que ahí había “cosas” y que para averiguarlas, alguien las tenía que leer. Para leerlas, había que aprender letras y después palabras. Cuando se tuvieran muchas palabras… ¡chás! Sabríamos los secretos.
Alguien me dijo que eso era “trato cruel”, pero crueldad mayor es que los niños nunca desarrollen el amor a la lectura.
Según fueron creciendo con Plaza Sésamo –versión mexicana-, así como otros programas APM (Aprobados Por Mamá), los libros fueron ganando terreno en un hogar donde nunca había habido tele.
Sin embargo fue la fértil imaginación infantil la responsable de hacer “el encantamiento”. En un principio, ambos coincidieron con cuentos sobre dinosaurios, especialmente esos 3-D en los que los personaje salen de las páginas.
A Mi Hijo Favorito de los Mayores le gustaba aprender sobre el arte y el ambiente. Miró y los tinglares en peligro de extinción hicieron el trabajo. Las más elementales de las Odas Elementales de mi novio Pablo Neruda le gustaron. Pero el exitazo (en el caso del mayor) fueron los cómics del Pato Donald; Turey el Taíno, un cómic puertorriqueño; y luego Asterix.
A Mi Hijo Favorito de los Menores le apasionaba la fantasía. Los disfraces de Don Quijote, el Jorobado de Notre Dame, Darth Vader y piratas los hicieron buscar los personajes en las páginas de papel. El Nenano se desvió por la ruta de la historia y la geografía cuajada en los castillos del “Viejo Mundo”.
De golpe, un buen día ya leían los periódicos y maldecían las desgracias del país… ¡igualito que nosotros! Se habían leído todos los Harry Potter y estaban leyendo tratados de derecho, el mayor; y de economía el menor.
Ahora me pregunto yo si ellos dejan esos libros de derecho y economía estratégicamente “tirados” a ver si me intereso en los temas… ¿Será venganza? ¡Ilusos! Prefiero bloguear y delatarlos…
(Foto, del Web. Los libros de dinosauros de mis hijos fueron a parar a manos de los primos...)