Se atreven a seguir mis locos desmadres...

lunes, 7 de mayo de 2012

“Nova 1972” (lll)

El flamante Chevrolet auto azul pavo, nunca tuvo “flamas”. Jamás de los jamases pinturas como las de los carritos Hot Wheels de Mattel. Creo que tenía unas rayitas pintadas a los lados; de esas que le dan “aire” deportivo para que las chicas se fijen en el conductor. Debieron ser blancas para combinar con la capota. O, ¿habrán sido negras para combinar con las gomas? No creo. De lo que sí estoy segura es que no fueron amarillas… como la vimos una mañana de domingo. ¿Cómo pasó?
Voy por partes. Pero antes que todo, admito que mientras más millas acumulara en la carretera Mi Hijo Favorito de los Mayores, más tranquila me sentía yo. Me costó mucho superar la intranquilidad de “la hora de llegada” por las madrugadas, pero ese es otra historia no relacionada al Nova 1972… 
Descubrimos la franja amarilla una mañana de domingo cuando hice que mi esposo se levantara tan pronto asomaran los primeros rayos de sol. Su misión era mirar por la ventana para confirmar que el conductor había llegado sano y salvo. Se suponía al llegar a casa, los jovencitos tocaran la puerta de nuestra habitación, y entraran a darnos el besito de buenas noches, aunque fuera casi de día. Esa mañana, el chofer no nos saludó y al despertar –como era de imaginar- yo trepaba paredes. 
Cuando mi esposo miró por la ventana, se dio cuenta que el carro tenía un guayazo amarillo que empezaba por la puerta y se extendía ¾ del vehículo. Decírmelo tuvo efectos melodramáticos. No decirlo hubiera sido peor. A insistencias mías, el padre de las criaturas se vio obligado a verificar las condiciones físicas del conductor y corrió a la habitación: ¿Chocaste? ¿Te chocaron? ¿Te chocaron mientras el carro estaba estacionado? Todas las contestaciones eran en la negativa, en la negativa soñolienta. Hasta que llegó ante el Gran Jurado, que soy yo. 
“Mi amor, mírame a los ojos. ¿Te pegaste demasiado a una pared amarilla, o a un cilindro amarillo, te asustaste, le diste reversa, y volviste a darle al mismo obstáculo que solito, sin que nadie te avisara... se te puso al frente del carro?” La respuesta –finalmente- fue en positivo. Mi esposo no lo podía creer. ¡Tan fácil que es encontrar las respuestas! “¿Dónde fue mi amorcito? ¿No te heriste? ¿Nadie se afectó?” El misterio se resolvió en cuestión de segundos: estaba cansado, hambriento y medio dormido después de una noche de juerga. Camino a casa, se detuvo en un Dunkin Donuts con el propósito de hacer la orden por la ventanilla y “rozó” el poste de seguridad ubicado estratégicamente para evitar que conductores soñolientos, cansados, hambrientos y amanecidos, destrocen la pizarra del menú y de los pedidos.
Demás está decir que tan pronto tuve la oportunidad, pasé por el cilindro de cemento. No por dudar del testimonio del nuevo conductor… ¡quería ver cuánto duraba la pintura azul! Tras la graduación de escuela superior, el bachillerato de universidad y la Escuela de Derecho, confirmo: ya la pintura azul del Nova 1972 no forma parte de la decoración. ¿La Canción de Domingo en Lunes? Se la cantaba el hermano menor -un salsero de siete suelas- cada vez que lo quería molestar con ritmo… ¡y a mí con la letra machista!

2 comentarios:

Mauro Navarro Ginés dijo...

A tu hijo favorito de los mayores, le vino a pasar, de diferente manera, lo que a un amigo mío. Es este, mi compadre, hombre que vive en el eterno despiste, de tal manera que un día circunvalando Madrid por una de las autopistas de peaje, iba pensando de tal manera en las musarañas, que chocó de manera estruendosa contra uno de las barreras que impiden el paso. Hizo añicos el cristal de parabrisas, más como no había nadie en la garita de vigilancia continuó hasta el pueblo sin cristal y a toda leche. Te muy de madre, amiga mía, pero es tan hermoso serlo. Un abrazo desde el otro lado del océano.

Cassiopeia dijo...

¡Mauro!
Mis excusas. Volví a los brazos de Mr. Blogger esta semana.
Por eso no te contesté. Afortunadamente siempre supe de tí.
¡Ay Mauro! Todavía me faltan los cuentos del Volvo 1984
Y los de su nuevo auto: un nosécuál de Huyndai. Lo tiene hace un año. Lo compró él, con su salario... Lo celó hasta del viento y tuvo un accidente aparatoso con su hermano.
Casi los pierdo a los dos. Y que quede claro: le invadieron el carril.
Prometo esas y otras historias prontito.
Abrazotes caribeños.