Querid@s futuros niet@s:
Les recuerdo que mi familia es de un campo de San Germán, un
pueblo pequeño al suroeste de Puerto Rico. Cuando yo me criaba, era pequeño y guardián
de tradiciones; desde las religiosas hasta las culinarias.
Sus padres, educados en escuelas católicas en el área metropolitana
(a dos horas y media de distancia de San Germán) tenían dos semanas de vacaciones
escolares durante la Semana Santa y Semana de Pascua. Nosotros, sus abuelos, teníamos
trabajo excepto el Jueves Santo y Viernes Santo.
Esos dos días los pasábamos en casa de sus bisabuelos maternos, donde los adultos ayunábamos (o almorzábamos pocas cantidades de sierra fría en escabeche acompañado de ñame banco y suave, hervido en sal, y agua, costumbre que para su abuelo es el equivalente a un atentado de homicidio por inanición). Sus padres tenían el privilegio de que la bisabuela Isabel les friera surullitos de harina de maíz.
Esos dos días los pasábamos en casa de sus bisabuelos maternos, donde los adultos ayunábamos (o almorzábamos pocas cantidades de sierra fría en escabeche acompañado de ñame banco y suave, hervido en sal, y agua, costumbre que para su abuelo es el equivalente a un atentado de homicidio por inanición). Sus padres tenían el privilegio de que la bisabuela Isabel les friera surullitos de harina de maíz.
“Privilegio”, porque el Viernes Santo era para reflexionar mientras
ustedes veían año tras año la versión Technicolor de “Los Diez Mandamientos”
con Yul Brynner, filmada en el 1956 en blanco y negro.
No se cocinaba, limpiaba ni planchaba.
Nunca hicimos la tradición de visitar los 7 altares. Pero sí
las demás. Esta semana uno de Nuestros Hijos Favoritos nos comentó sobre su
recuerdo de las procesiones de Viernes Santo, las canciones, la “procesión de
las velas” y las imágenes preciosas protegidas en urnas transparentes que
cargaban hombres vestidos de negro.
Sepan que sus padres desfilaron como pueblo en las procesiones
organizadas por miembros de la comunidad católica de las distintas parroquias sangermeñas. Recuerdo los sonidos de la música que golpeaba el pecho con el tun-tun de los tambores.
Recuerdo también que personas comunes se convertían en actores representando Cristo,
cargando la cruz literalmente a cuestas seguido de fieles vestidos como
soldados romanos, a mujeres representando a la Madre de Jesús y a María
Magdalena, y al resto de personajes de ese triste episodio de la crucifixión de
Jesús.
Un Viernes Santo de aquellos, Nuestro Hijo Favorito de los
Menores preguntó a boca de jarro que por qué hacían eso todos los años si sabíamos
que iba a llover y que el “Domingo de Cuascua”, Jesús ya estaba vivo otra vez y que por eso la escuela daba otra semana de vacaciones.
La música de la banda opacó el comentario. Los pocos que lo
escucharon disimularon la risa que les provocó la ocurrencia.
Cuando ese enano cumplió 8 años y su hermano 12 no pudimos
volver a las procesiones de Viernes Santo porque mi condición de salud empeoró. Ellos continuaron yendo a "Camp Abuela/Semana Santa y Cuascua" por varios años. Hoy siguen la tradición sus tías-abuelas que viven en el mismo campito de San Germán,
que aunque ha crecido, sigue siendo un pueblo que conserva tradiciones.
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