Definitivamente que no bastan los juguetes, los helados, los jeans de marca… los viajes ni los carros caros como termómetro de la paternidad exitosa. Es que ni los juguetes, los helados, los jeans de marca, los viajes ni los carros caros abonan al amor de padres a hijos.
Lo escuchamos tantas veces... y no es hasta que nos toca... cuando lo entendemos.
Bien lo dice Franco deVita en la canción que me eriza la piel cada vez que la escucho…
No basta
No bastatraerlos al mundo porque es obligatorio,
porque son la base del matrimonio,
o porque te equivocaste en la cuenta.
No basta con llevarlos a la escuela a que aprendan
porque la vida cada vez es más dura
ser lo que tu padre no pudo ser.
No basta que de afecto tú le has dado bien poco
todo por culpa del maldito trabajo y del tiempo
No bastaporque cuando quiso hablar de un problema
tu le dijiste niño será mañana es muy tarde, estoy cansado.
Mi Hijo Favorito de los Menores me “sorprendió” ayer al comentarme “casualmente” que las madres chinas eran “las mejores del mundo” según un artículo que había leído en The Wall Street Journal.
“¡¿Anjaaaa…?! ¿Y por qué, Mi’jito? ¿Por qué las madres chinas son las mejores?”, le pregunté disimulando lo mejor que pude la ira inmediata que me provocó el comentario.
¡No me había llamado en todo el día, y cuando lo hace, ¡me espepita lo de las chinas! ¿A mí? ¡A la misma que se esforzó con su padre para asegurarse que, con muchas horas de práctica, las orejitas les quedaran bonitas! ¿A la que se le quebró la espalda a nombre de las bendiciones de la lactancia en los recién nacidos?. Naaaaa… esto no podía ser…
“Mira Mama, lo que pasa es que ellas no permiten que sus hijos usen video-juegos, y los obligan a estudiar un instrumento tres horas al día para que sean personas exitosas”, me contestó el ya ex “enano-lindo- de-mami”.
Me entraron ganas de arrancarle cada pelo de su cuerpo -que a los 21, en pleno ataque testosteronil- son abundantes. Pero la distancia, acentuada entre sus latitudes nevadas y las soleadas mias… no me lo permitieron. Quise “hacerme La Sueca”, pero no pude... era china... o nada. ¿Habrán escuchado los cuentos de las chinas que mataban las hijas hembras? ¿O eran las espartanas?
En estos momentos no importa lo que piensen porque no tengo remedio. Ya mis hijos crecieron y en su momento, hice todo lo contrario a las chinas. Al enano le permití tocar trompeta, sin usar cronómetro ni látigo. Nunca lo obligué a practicar tres horas diarias de piano ni violín. Su hermano mayor quiso tocar cuatro; tampoco intervine.
No los obligué a estudiar. Me encargué de que aprendieran a estudiar solos y que hicieran sus tareas. Mi casa siempre estuvo llena de muchachería. En casa dormían todos los invitados suyos. Mis hijos también hacían “camping” en otras casas, donde se veía tele y se jugaban videojueos. Mis chicos seleccionaron las actividades extracurriculares y nunca les exigí ser “la primer nota de la clase”.
Decidí ignorar los reclamos de Mi Hijo Favorito de los Menores cuando recordé que el enano reclamante, no solo participó de juegos colectivos, sino que además obligó al padre a que fuera el dirigente del equipo de baloncesto.
Cualquier petición adicional… que reencarne en la China… o en facsímiles razonables.... cualquier Chinatown… porque yo volvería a hacer lo que hice. Eso sí… de hoy en adelante… ni sopas wong ton, ni egg rolls. Sepan los nietos de mi esposo que no apoyo esa crianza...a menos que sus madres sean chinas...
Decálogo de la educación perfecta (a lo chino...):
1. No invitar a amigos a casa ni ir a sus casas a jugar 2. No dormir fuera de casa 3. No ver la televisión ni jugar con los videojuegos 4. No permitir a los hijos elegir las actividades extra-escolares que quieran practicar 5. No permitir que consigan una nota más baja del sobresaliente 6. No dejarles participar en juegos colectivos durante horas con otros niños 7. No permitirles participar en una obra de teatro del colegio 8. No tolerar sus protestas por no estar en una obra de teatro del colegio 9. No dejarles tocar otro instrumento que no sean el violín o el piano 10. Incitarles a ser el número uno en todas las asignaturas, excepto en teatro y gimnasia.
(Foto, de la Web; Multimedia de The Wall Street Journal)
Sin estudios formales en astronomía, mis padres siempre supieron que las tres estrellitas que veíamos hasta en las noches nubladas, eran las de los Tres Reyes Magos. No había forma de confundirlas. Eran las más brillantes y estaban en fila diagonal, listas para bajar directito del Cielo hasta casa.
La conmoción empezaba el 1ro. de enero, cuando ellos celebraban su aniversario de bodas. Me imagino que así no se opacaban las Misas de Aguinaldo, la Misa de Gallo, el Día de Navidad, el de los Santos Inocentes, ni la noche de Año Viejo, cuando papi se vestía de viejito decrépito para esa última Misa.
A partir del 1ro. de enero había que tener listas las cartas para Gaspar, Melchor y Baltasar (en ese orden específico). Sólo se podía pedir un juguete. Para el 25 de diciembre no se pedía nada, pero sabíamos que los regalos serían ropa, y zapatos. En mi caso, sólo zapatos y ropa interior. No había Dios que me trajera ropa. Mis vestidos tenían que ser hechos por mami porque yo era tan flaca que parecía dos ojos con trenzas...y cuatro hilospor extremidades.
Las cajas de los zapatos eran importantes. Había que forrarlas con lo que sobrara del papel de los “regalos del Niño Jesús”. Ya decoradas, las llenábamos de yerba fresca la noche del 5 de enero. Con las cajas en la mano mirábamos las Estrellas de los Reyes llenos de ilusión y seguros de que nos traerían un “juguete sorpresa” que casi nunca era el peticionado en la cartita.
Muchos años después –sin trenzas, con piernas torneadas y conocimientos rudimentarios de astronomía- le hicimos la misma historia de las estrellas a nuestro primogénito... que todavía hoy, a los 25 años, tiene su caja decorada. Claro, es la cajita de los zapatos que calzaba a los 10!.
A esa edad –creo- el Internet lo llevó a que me dijera que las tales “Estrellas de los Reyes” eran parte de una constelación.
“Shhh!”, le dije. “No se lo digas a tus abuelos, que ya cada estrella tiene nombre: Gaspar, Melchor y Baltasar”.
Hoy, su abuela no se come el cuento. Ella está al ladito de los Reyes. Es otra de las estrellas de la misma constelación, que aunque pasen 100,000 años, siempre brillará.
Salvador Tió no fue precisamente autor de libros de cuentos para niños. Sin embargo en su libro “Por la cuesta del viento, Relatos de Navidad”, nos regala 3 deliciosos cuentos para la población enana: “La Corneta”, “Estampa de Año Nuevo”, y ”El beso de Melchor”.
El beso del Rey Negro toma particular importancia esta noche de Reyes, cuando los Magos de Oriente bajan de las estrellas, se hacen chiquititos y llegan hasta las habitaciones de los niños para recoger las cajitas con la yerba que alimentarán a sus cansadas bestias (a veces camellos, en otras, caballos). Durante la noche del 5 de enero, los Magos de Oriente dejan los regalos al pie de la cama, y le plantan un beso a cada una de las personas de la casa.
En el cuento, de corte autobiográfico, don Salvador recuerda el desprecio que sintió por su amigo Mingo el día que le dijo que los Reyes Magos no existían. Narra que su inquietud ante tal interrogante subió a las más altas esferas hogareñas: a la negra Teya, que lo crió y por supuesto, asu madre.
Cuenta don Salvador que esa noche Teya –cual oráculo “in house”- le describió al detalle cómo era cada Rey Mago y hasta cual se bajaría primero del camello. Se complació al describir a Melchor, representante de su raza: “el más noble”, “el más poderoso” y el que viajaba del confín más lejano. El cónclave le devolvió al niño Salvador la esperanza y la ilusión en los Reyes Magos.
“Eta noche veráj si hay reyej o no hay reyej. Eta noche veráj...”, le dijo Teya antes de que Salvador se rindiera al sueño.
Al otro día, por supuesto, cantó el gallo al amanecer –como todos los días-; y como todos los Días de Reyes había regalos, y la yerba había desaparecido. Pero la evidencia de que los Reyes Magos existían estaba en su frente. Aunque pareciera un manchón del tizne de un corcho quemado, era el beso de Melchor.